LABORATORIO 1
En el oscuro corredor sólo atinaba a vislumbrar el cartel blanco incrustado en la antigua puerta de madera. Laboratorio 1, las letras aparecían desgastadas por las sucesivas generaciones de alumnos inquietos que transitaban por los pasillos de aquel centro. Ahora me envolvía la oscuridad, espesas nubes grises habían ahogado la luna llena, rodeado de un denso silencio, intuía que los planes de rodaje no iban a ser tan fáciles como decidimos en un principio.
Aún cuando mi confianza en conseguir un aprobado no era muy elevada, decidí en un segundo que aquel trabajo me convenía. La perspectiva de hurgar en los más recónditos recovecos del instituto a altas horas de la noche me atraía poderosamente. Así que cooperé hasta donde mi indolencia y hastío me lo permitieron en la producción de aquella historia de fantasmas. Las Leyendas de Bécquer nos sirvieron de inspiración para imaginar una romántica pareja de adolescentes rota de forma trágica por un accidente de tráfico. La joven enamorada sería interpretada por Mónica, orgullosa de tener el papel principal, mientras que el alocado chico que perdía la vida en un siniestro golpe del destino sería representado por mí, no por mis excelentes dotes artísticas sino porque era el único varón del grupo.
El encuentro entre la amada y el espectro de su pretendiente tendría lugar en el Laboratorio 1, porque allí se encontraba el esqueleto utilizado para ilustrar las clases de Ciencias de nuestro profesor favorito. A mí me impresionaba la forma en que Don Amadeo destripaba la lección más complicada en pequeñas y comprensibles explicaciones con una naturalidad impactante. De todas las asignaturas de bachillerato sólo la de él lograba traspasar la barrera de mi aburrimiento. Pero hasta en los mejores momentos me martilleaba en el cerebro la obsesión por mi fracaso, intentaba esforzarme por pensar en una solución a mi verdadero problema.
En la clase de francés de la semana pasada tuve que enfrentarme a las sugerencias de mis compañeras de grupo,pero triunfé, haríamos el corto como yo quería.
Todo aquel torbellino martilleaba mi cabeza cuando me dejaron solo en el pasillo. Recorrí la planta baja con solemnidad, el recogimiento se adivinaba en las tenebrosas sombras que se escondían tras las puertas de las aulas vacías.
Ascendí con cautela por el primer tramo de escalera, mi aliento me resultaba ajeno, a cada instante un escalofrío recorría mi espalda, la impresión de unos pasos leves que me seguían me paralizaba, mientras escrutaba las tinieblas que me rodeaban un chirrido sordo me hizo temblar.
Espanté la angustia pensando en que mi objetivo estaba cerca, mi respiración entrecortada me acompañó hasta el último escalón. Para tranquilizarme deslicé la yema de los dedos por la pared, un hálito frío me golpeó en el rostro al pisar el último peldaño, mi dedo meñique permanecía sobre el rugoso muro, cuando un crujido estridente atravesó el fúnebre silencio. Un hilillo de sudor descendía por mi espalda. Mi dedo había quedado hundido en una grieta de la pared, el pánico me inmovilizaba, notaba como el muro apretaba mi carne, la uña se curvaba bajo la presión, una fuerza descomunal absorbía mi sangre, al instante la horrible sensación había desaparecido.
Repuesto de la impresión anduve a tientas hasta la puerta del Laboratorio 1, el dedo latía, al parecer todo mi fluido sanguíneo se arremolinaba en mi mano, no la veía porque me cegaba la oscuridad, pero estaba seguro de que estaba tumefacta.
Las llaves temblaban en mi mano izquierda, después de varios intentos la puerta cedió, acostumbré mis ojos al entorno, un olor a podrido, penetrante y ácido me golpeó el cerebro. No pude aguantarlo, me tapé la nariz con la mano hinchada, al acercarla a mi rostro comprobé que la tenía inflamada, intenté mover el meñique, pero apenas conseguí que se curvara unos milímetros, una punzada de dolor me hizo desistir.
Al instante reaccioné, tenía que cumplir mi propósito, avancé hacia el fondo, el armario de puertas de aluminio blancas guardaba lo que yo ansiaba. Mis compañeras de grupo, ajenas a mis intenciones, continuaban rodando las escenas del cortometraje. Mientras me aproximaba un frío extraño me acariciaba la cara, la terrible certeza de que no estaba solo en aquella sala rondaba mi cabeza, sin permitirme un instante de distracción, me concentré en la cerradura del armario.
Al fin tras manipular el pasador la puerta cedió, apareció ante mí un agujero negro en el que aguardaba la meta de mi aventura nocturna.
Cuando tanteaba las baldas situadas a la derecha del hueco, una fuerza me hizo caer dentro del agujero, me golpeé con la pared, pero lo que realmente me asustó fue oír el ruido metálico de las hojas al cerrarse.